Toyoda AA

Donde empezó todo
Las salas del Museo Louwman están llenas de un siglo de excelencia automovilística: las carrocerías aerodinámicas destellean, las llantas de aleación brillan y el aroma de cuero envejecido impregna el ambiente.
  • De hecho, hay tantas maravillas inmaculadas expuestas que sería excusable pasar por alto un gran vehículo medio oxidado iluminado por una luz tenue. El problema es que eso significaría perderse uno de los más preciados hallazgos del museo: El Modelo AA de Toyoda.

    Un diamante en bruto que es un valioso elemento de la historia japonesa, se trata del primer turismo fabricado por Toyota; ¡y este es el único original anterior a la guerra del que se conoce su existencia actualmente en el mundo!

  • El AA nació en 1936 en la división de automoción de Toyoda Automatic Loom Works, con el nombre de su fundador, Kiichiro Toyoda. Antes de los coches, la familia Toyoda había desarrollado un próspero negocio de telares en Japón, pero al emprendedor Kiichiro, inspirado por sus visitas a los Estados Unidos, sus automóviles y sus fábricas, le esperaba un futuro fabricando sus amados vehículos.

    Tras lanzar un prototipo preliminar en 1935, el A1, el sueño de Kiichiro acabó haciéndose realidad cuando un año después se presentó el Modelo AA al gran público. Inspirado en el aplaudido diseño de los principales vehículos norteamericanos de la época, el AA presentaba muchas similitudes con el popular De Soto Airflow.

  • Como la carrocería, el motor se diseñó a partir de las unidades vistas en Estados Unidos; así, se desarrolló un motor de 3.3 litros y 6 cilindros para propulsar el AA, mientras que los ocupantes traseros podían disfrutar un nuevo nivel de confort y amplitud, gracias al ingenioso equilibrio de peso entre las ruedas.

    La nueva división necesitaba una nueva identidad, de modo que en 1937 se organizó un concurso para buscar un nuevo nombre a la compañía. Después de miles de propuestas, se constituyó Toyota Motor Co. El nombre se escogió sobre todo porque en japonés se escribe con ocho trazos “de la suerte”.

Cinco años más tarde, en 1942 —después de seis años y de fabricar 1.404 vehículos—, finalizó la producción del Modelo AA. Ahora, al cabo de siete décadas, la importancia y la singularidad de este primer vehículo solo se puede apreciar en el Museo Louwman.
“El Museo Louwman se aferraba a la esperanza de haber encontrado y adquirido un modelo Toyoda AA original, el más raro del mundo”.
  • El hecho de que el museo holandés posea ahora uno de los vehículos más importantes de la historia de Toyota, se debe a una pizca de buena suerte y a una gran determinación.

    En lo que podría ser el argumento de una obra de ficción, en 2008 Ronald Kooyman, director general del Museo Louwman, recibió una llamada de un contacto que decía conocer a alguien que vendía un AA. Kooyman, rebelándose al escepticismo que suscita el supuesto descubrimiento de un vehículo tan raro, hizo una llamada a Rusia, donde al parecer un estudiante de 25 años había visto el coche a la venta en un periódico local.

Aunque el vehículo se anunciaba erróneamente como el citado Airflow (error que se reproducía en la documentación), el estudiante estaba convencido de su verdadera identidad; y después de intercambiar correos electrónicos y fotos, y de un intrincado trabajo detectivesco, se acabó confirmando que se trataba de un Toyoda AA.
  • Sorprendentemente, el vehículo lo vendía el nieto de un campesino que había utilizado el AA para labores agrícolas en sus tierras de Siberia desde la 2.ª Guerra Mundial. No había tiempo que perder: un vuelo a Moscú y una escala a la remota ciudad rusa de Vladivostok confirmó la noticia que la familia Louwman y todo el personal del Museo Louwman ansiaban desesperadamente. Habían encontrado y adquirido un modelo AA original, el más raro del mundo.

    Siguieron siete largos meses de burocracia y de rellenar todo tipo de formularios, más correos electrónicos y largas llamadas telefónicas, pero al final el Ministerio de Cultura ruso dio permiso al museo para sacar el vehículo del país, para ocupar un lugar destacado en su nuevo hogar holandés.

“Tiene la inusual característica de parecer que se mueva aún cuando está quieto”.
No se ve en primera persona un vehículo tan importante todos los días. Sorprendentemente, lo primero que se nota es el olor. En este caso no se trata del aroma dulzón del cuero, sino de una mezcla del olor de la tapicería enmohecida y de metal oxidado, algo que no es de extrañar si pensamos en la larga y dura vida que ha llevado.
  • Naturalmente, un vehículo con este tipo de historia no ha sobrevivido sin absolutamente ninguna modificación. Los expertos más conocedores del AA verán que se ha renovado la rejilla del radiador, los faros frontales, los tiradores de las puertas y las llantas, pero en este caso eso es lo de menos: las características que realmente importan están ahí, y nos cautivan de la forma que solo algunos auténticos clásicos consiguen.

    Tiene la inusual característica de parecer que se mueva aún cuando está quieto. Los elegantes arcos de las ruedas envuelven los neumáticos y fluyen hacia los amplios estribos, para luego acabar en la parte posterior, remontando levemente al encontrarse con las curvas de la cola. El imponente capó tiende a dominar la visión, pero el pronunciado borde delantero se compensa mediante tres delicadas líneas que bajan por cada aleta para potenciar la sensación de velocidad.

  • Una característica clave del diseño del AA original es el parabrisas dividido, y la estrecha franja de cristal sigue ahí ofreciendo al conductor una visión dominante sobre el largo capó. A lo largo de su vida, los sobrios limpiaparabrisas se han desplazado de su posición original “de arriba abajo” a una más moderna, a nivel del capó, pero eso no afecta en absoluto al carácter del parabrisas.
  • No es de extrañar que el interior presente el mismo estado que cuando se encontró, cuya mejor definición pueda ser la de “agrícola”, pero la imaginación compensa lo que falta y enseguida dejas de ver la tapicería rasgada para vislumbrar cómo habría sido al estrenarse.

     

El gran volante de madera con tres radios parece enorme en comparación con los actuales, y en este caso se encuentra a la izquierda, y no a la derecha como originalmente. En su día, una franja de lujosa madera oscura atravesaba el estrecho salpicadero, y en su centro abarcaba una serie de pequeños indicadores de borde cromado y varios mandos, justo encima de la larga palanca de cambio montada en el suelo.

En aquel momento se pensó incluso en el sonido del claxon del AA. Entonces los coches eran algo poco frecuente en Japón, cuyas calles estaban aún pobladas principalmente por caballos y carros. Pronto quedó claro que los animales se asustaban con los sonidos emitidos por los vehículos, pero no reaccionaban negativamente al sonido producido por los puestos de un vendedor local de tofu. Así, el claxon del AA se diseñó para que sonase igual, y al oír uno incluso hoy sigue sonando como si alguien gritara “to-fu”, “to-fu”.

Ver el AA en el estado en que se encontró —con la llave aún en el contacto atada con un trozo de cuerda, las ventanillas traseras rotas y la tapicería de los asientos rasgada— realzó su valor místico e intensificó mi afecto por el vehículo.

Al visitar un museo es de esperar ver ejemplos de una perfección absoluta —vehículos sin mácula ni marca alguna, cuidados con cariño— pero, para mí, ver un AA original con todas sus heridas de guerra y cicatrices, sabiendo que cuando se encontró en Rusia aún arrancaba y funcionaba, no hace más que reafirmar la devoción por la calidad que presidía la mentalidad de Kiichiro Toyoda cuando empezó a fabricar el AA, y ese sigue siendo el espíritu de todo lo que representa Toyota.

Tras haber dedicado un buen rato a contemplar el AA de cerca, puedo decir que, al menos para mí, es perfecto tal como está.